Aquel solsticio de verano, en el que un día cualquiera, era aprovechado únicamente para pelear, contra un millón de folios, inundados de cifras y letras, no fue un verano cualquiera. Se disputó un mano a mano, entre un candidato a diplomado, que capitaneaba Casa Remedios, y una ragazza intrépida, que acababa de desembarcar en una mole de hormigón armado.
Un día cualquiera, empezaba con un tirón de sabanas a horas intempestuosas del amanecer. El candidato se levantaba a regañadientes, pero una vez en la cocina, la vieja cafetera de la abuela, se encargaba de despejar las mentes de los sujetos. Había días en los que el salón, era una mazmorra de tortura compartida, pero también días, en los que el candidato era el único torturado, pues la ragazza prefería, el viejo somier de una cama de matrimonio.
Las mañanas transcurrían entre apuntes de dirección comercial I y la II (o como gustaba de decir, por parte de los lumbreras, marketing), organización y admón de empresa, mientras que las tardes, las dejaba para el apasionante mundo de cifras, que le suponía la planificación econónico-financiera de la empresa y la introducción a la economía de empresa.
Esas tardes, eran lo que más le gustaban, comida, reparto de las tareas, hoy friego yo y limpias tú, mañana friegas tú y limpio yo. Para la digestión, nos ayudaba un danone bio y una edición anterior, en la que un misterioso gato, siempre aparecía en una puerta con el periódico del día siguiente. Después del descanso del guerrero, se hacía una tregua, y la ragazza y el candidato arrastraban sus cuerpos hacia un rectángulo, inundado de H2O con Cl. Pero cuando el candidato se hallaba en plena faena con un siete y medio, tumbado sobre una toalla verde, la sombra de la ragazza se dejaba asomar, para empujarlo otra vez a la mazmorra. La vuelta al lugar de tortura, siempre iba precedido de una manzana con café con leche para él, y una macedonia para ella, con su correspondiente taza de cola cao.
Una horita más para estrujar los cerebros, y de vez en cuando, había noitiñas, en las que salían a dar una vuelta por el Outeiro hasta la N-525, y daban media vuelta con dirección ya a Casa Remedios.
Llegaban las madrugadas, en que los cafés, los marlboros, las cifras de la economía de empresa y un radiocede con Janis, eran su única compañía, y las mejores horas del día. Al igual que el tirón era propinado por la ragazza, el toque de queda, también lo imponía con disciplina siciliana. Y cuando Morfeo ya te estaba atrapando, nuevamente sentías el tirón de sabanas otra vez.
Aquel solsticio de verano, en el que un par de xastres, pensaban que al candidato solo le quedaban dos montones de folios, para alcanzar la cima, Miña Ragazziña, tú pusiste el 110%, para que fuera capaz de alcanzar mi triunfo más valioso. Aunque a día de hoy, aún no tenga el papel que lo acredita (es lo que tienen los trámites burocráticos), y que me ha valido menos que más, un cachito de ese papel es tan tuyo como mío.
Ya nunca se borrarán de mi memoria, aquellas tardes, en las que te empeñabas, en que mi pobre cabeza, simplificara al máximo, los castillos de números, que tú resolvías en décimas de segundo, y a mi me costaban quebraderos de cabeza múltiples. Siempre agradecido.
Mientras escucho sin parar, Werewolves of London.
Un día cualquiera, empezaba con un tirón de sabanas a horas intempestuosas del amanecer. El candidato se levantaba a regañadientes, pero una vez en la cocina, la vieja cafetera de la abuela, se encargaba de despejar las mentes de los sujetos. Había días en los que el salón, era una mazmorra de tortura compartida, pero también días, en los que el candidato era el único torturado, pues la ragazza prefería, el viejo somier de una cama de matrimonio.
Las mañanas transcurrían entre apuntes de dirección comercial I y la II (o como gustaba de decir, por parte de los lumbreras, marketing), organización y admón de empresa, mientras que las tardes, las dejaba para el apasionante mundo de cifras, que le suponía la planificación econónico-financiera de la empresa y la introducción a la economía de empresa.
Esas tardes, eran lo que más le gustaban, comida, reparto de las tareas, hoy friego yo y limpias tú, mañana friegas tú y limpio yo. Para la digestión, nos ayudaba un danone bio y una edición anterior, en la que un misterioso gato, siempre aparecía en una puerta con el periódico del día siguiente. Después del descanso del guerrero, se hacía una tregua, y la ragazza y el candidato arrastraban sus cuerpos hacia un rectángulo, inundado de H2O con Cl. Pero cuando el candidato se hallaba en plena faena con un siete y medio, tumbado sobre una toalla verde, la sombra de la ragazza se dejaba asomar, para empujarlo otra vez a la mazmorra. La vuelta al lugar de tortura, siempre iba precedido de una manzana con café con leche para él, y una macedonia para ella, con su correspondiente taza de cola cao.
Una horita más para estrujar los cerebros, y de vez en cuando, había noitiñas, en las que salían a dar una vuelta por el Outeiro hasta la N-525, y daban media vuelta con dirección ya a Casa Remedios.
Llegaban las madrugadas, en que los cafés, los marlboros, las cifras de la economía de empresa y un radiocede con Janis, eran su única compañía, y las mejores horas del día. Al igual que el tirón era propinado por la ragazza, el toque de queda, también lo imponía con disciplina siciliana. Y cuando Morfeo ya te estaba atrapando, nuevamente sentías el tirón de sabanas otra vez.
Aquel solsticio de verano, en el que un par de xastres, pensaban que al candidato solo le quedaban dos montones de folios, para alcanzar la cima, Miña Ragazziña, tú pusiste el 110%, para que fuera capaz de alcanzar mi triunfo más valioso. Aunque a día de hoy, aún no tenga el papel que lo acredita (es lo que tienen los trámites burocráticos), y que me ha valido menos que más, un cachito de ese papel es tan tuyo como mío.
Ya nunca se borrarán de mi memoria, aquellas tardes, en las que te empeñabas, en que mi pobre cabeza, simplificara al máximo, los castillos de números, que tú resolvías en décimas de segundo, y a mi me costaban quebraderos de cabeza múltiples. Siempre agradecido.
Mientras escucho sin parar, Werewolves of London.
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