AVISO PARA NAVEGANTES: lo que a continuación se transcribe, ha sido robado con premeditación, alevosía y nocturnidad, a un chabal de la San Rosendo, que se despierta los fines de semana, entre chapas de Rosa Porriño (muy resultón, por cierto). Si el chabal llegara a leer las siguientes líneas, y se sintiera agraviado, se le ruega, proceda a redactar, la oportuna reclamación en la ventanilla de Acotaciones, para la retirada de las mismas, de manera inmediata. Sin más…
Javier llegó tranquilo y relajado, bien curtido él en tantas batallas. No tardé en reconocerlo. Venía con sus vaqueros ceñidos y su camisa blanca. Todo un dandy, sin atisbos de canalla. También traía un paquete de cigarrillos de tabaco negro. Sabor latino, pero a su manera.
Se mezcló entre todos nosotros como hacen pocos genios y subió al improvisado escenario entre los aplausos de la gente. Como dicen sus amigos, es admirable la forma en que sabe hacer su trabajo. Llega, deleita y se va. Sin más. Sin menos.
Empieza a cantar y se oyen las primeras risas, mezcladas entre el humo y la luz tenue del local. Cada poco, Javier cumple un ritual. Introduce sus canciones con humor y deja unos segundos para que propios y ajenos refresquen el gaznate. Él también da un sorbo a un vaso de whisky. En algo se tenían que parecer los grandes. Dicen que Frank Sinatra, en una de sus últimas apariciones, se confesó. En mitad del concierto, se tomó su tiempo y, a la vez, un trago - este es el único amigo que nunca me ha fallado, se llama Jack Daniel’s - dijo.
Lo cierto es que Javier Krahe nos mantuvo en vilo. Sus canciones eran crónicas bañadas con sátira y cinismo. Hubo dedicatorias para todos los gustos. Pero sin dar nombres, a él le gusta sembrar confusión. Así, para la pareja que se pasó todo el concierto entre arrumacos, lanzó “No todo va a ser follar”. Para los más veteranos, “Abajo el Alzheimer”. Y “Mi mano en pena”, bien podría haberla hecho mía. Sus continuos exabruptos traspasaban los umbrales del local. Hubo recuerdos para todos.
Y acabó de cantar cuando hubo bebido el whisky, y cuando ya no había más que reír. Bajó, se fotografió con su plebe, firmó autógrafos y vendió unos cuantos discos, que aunque uno no es comercial, tiene que vivir. Y cuando todo el mundo había salido, se fue, como siempre, sin hacer mucho ruido y por la puerta de atrás. Con la música a otra parte.
1 comentario:
Joder, ya me había olvidado de ese texto. Te lo voy a copiar para después poder quemarlo.
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