lunes, 6 de noviembre de 2006

Joyas musicales de los 90 (I)

Jeff Buckley."Grace".

Un compañero de trabajo me dijo un día que Grace era uno de los mejores discos de los años 90. Desconfié entonces. Y no era una cuestión de elitismo barato; he caído a menudo en la tentación de probar fortuna musical en la tierra de esos listados que dicen, recomiendan o señalan cuáles son las canciones o discos de éxito. Alguna sorpresa maravillosa hubo, aunque escasas, pero así llegué a esta colosal obra de Jeff Buckley, músico inmortal pese a haberse dejado la vida en aguas de un maldito río de Memphis cuando tenía por delante la vía láctea en forma de pentagramas y retos musicales. No llegó a cumplir los 31. Algunos osaron a decir que se había suicidado. Estupideces. Quienes mejor le conocían saben que sólo una desgracia pudo terminar con una de las voces y mentes más prometedoras que deambulaban por las tierras de Elvis.
En Grace, que vio la luz el 23 de agosto de 1994, queda expuesto el talento que supuraba aquel joven músico que había saboreado los ritmos del reggae antes de ponerse a descubrir nuevos sonidos en el rock. Era hijo de Tim Buckley, cantante ecléctico de cierto éxito en las décadas de los 60 y los 70 que falleció antes de llegar a la treintena a causa de las drogas, y Mary Guibert. . Estudió música en Los Angeles. En 1990 se trasladó a Nueva York y allí hizo su debut en público. En Manhattan conoció a Gary Lucas, un guitarrista con el que firmaría dos (Mojo Pin y Grace) de los temas del disco, el único de estudio y completo que llegó a publicarse. Cuando Grace irrumpió en el mercado nadie pareció valorar el trabajo de Buckley. Paradójicamente, el tema Last Goodbye fue el único que sonó en emisoras de radio más o menos comerciales, como una especie de premonición. Años más tarde, fue incluida en las BSO de Vanilla Sky, un engendro cinematográfico protagonizado por Tom Cruise. Pero, de repente, pareció que las críticas de las publicaciones más prestigiosas y los comentarios de grandes músicos como Bob Dylan, Jimmy Page y Paul McCartney alabando el disco, abrían los ojos a miles de aficionados a la música. Grace se convirtió en un hallazgo increíble, en un referente, en una joya que cuidar, en un disco habitual en los ránkings de mejores discos, no ya de los 90, sino de la historia del rock. Pero si hay una canción en ese álbum que se haya ganado los mayores elogios ésa ha sido Hallelujah, una versión del clásico de Leonard Cohen. Es una canción enigmática, repleta de tintes bíblicos y metafóricos (o sea, doblemente metafóricos). La voz de Jeff Buckley acaricia cada sílaba, cada nota, es capaz de contagiar la sensibilidad y el pudor con el que interpreta de manera magistral esa palabra hebrea. No sé si se podrá cantar con el corazón, pero si fuera posible, Jeff Buckley sería un maestro en tal arte, y Hallelujah un verdadero paradigma. Aquel compañero de trabajo se había quedado corto. Y por su puñetera culpa, cada dos por tres se me agolpan las lágrimas en mis mejillas, emprendiendo locas carreras por perderse en el abismo mientras suena ese Hallelujah tristón, tenue, como la llama de una vela que amenaza con apagarse pero siempre sobrevive a las corrientes. Quizá una corriente fuera lo que motivara la muerte de Jeff en aquel Río Lobo, lobo traicionero, pero su música y su voz permanecen en cada llama, y en cada una de las lágrimas que se agolpan en mis mejillas.


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